Esos paseos, en los que se le ve en el rostro la tranquilidad de quien se sabe protegido por la impunidad, los realiza con relativa frecuencia. No tiene, aparentemente, de qué preocuparse, ni tan siquiera los remordimientos de su conciencia, ni el recuerdo de sus víctimas parecen distraerle cuando se detiene ante cualquier vidriera de una tienda, en la que entra y compra algún artículo.
Aburrido en la habitación del hotel, tras leer cualquier revista o periódico, sale a caminar en lenta y cansona marcha, protegido del frío, sin ser reconocido por los transeúntes en la agitada ciudad, preocupados los más por la sobrevivencia y por los embates de la crisis y el desempleo, así como por sus rutinarios problemas.
Pocos logran reconocerlo y, los que lo hacen, se apartan de él cruzando los dedos ante el asomo del monstruo y los peligros que parecen emanar de él como sórdida amenaza.›
Tomado de Cambios en Cuba
No hay comentarios:
Publicar un comentario