Por su edad y origen a la jueza norteamericana Kathleen Cardone no le deben gustar mucho los boleros, su relación más conocida con la música es la de haber sido profesora de ejercicios aeróbicos a 25 dólares la clase.
Sin embargo, su comportamiento evoca el título de una obra del destacado compositor cubano Luis Marquetti titulada Plazos traicioneros. “¿Para qué son esos plazos traicioneros?” se preguntaba Marquetti en una pieza que ha hecho historia en voz de numerosos intérpretes, y es la misma pregunta –en un tono más cercano a la indignación que al romanticismo- la que se me ocurre al conocer los sucesivos aplazamientos, decididos por Cardone, en el juicio por perjurio contra el cubano-venezolano Luis Posada Carriles en El Paso, Texas.
Como es conocido, Posada Carriles –un exagente de la CIA- es acusado en Cuba y Venezuela de la autoría intelectual de la voladura en pleno vuelo de un avión civil en que fallecieron 73 personas; de torturar personas en Caracas; de varios intentos de asesinato contra el líder cubano Fidel Castro; además de haber confesado a The New York Times su responsabilidad en una serie de atentados con bomba contra hoteles en La Habana que costaron la vida de un ciudadano italiano, entre numerosos hechos de carácter violento. A pesar de todo esto, Posada es juzgado sólo por mentir bajo juramento a las autoridades norteamericanas.
Aún así, la cronología de las posposiciones en El Paso indica pocos deseos de llevar adelante este proceso. Como relata el abogado que representa a Venezuela en el juicio, José Pertierra, “el 8 de mayo de 2007 (menos de cinco meses después del inicio del caso), la Jueza Cardone lo desestimó porque concluyó que el gobierno (norteamericano) había engañado y atrapado a Posada Carriles–y que lo había estimulado para que hiciera declaraciones falsas”, lo que fue rechazado por un tribunal de apelaciones en agosto de 2008 que la obligó a retomar el caso. A esto se suma el hecho de que desde que el pasado 11 de enero se reiniciara el juicio ya han sido varios los aplazamientos, los dos últimos de los cuales obedecen a escandalosas trampas introducidas por la defensa del acusado que la propia representación del gobierno norteamericano en la corte ha rechazado.
En su artículo, Pertierra también documenta la interesante relación de Katleen Cardone con George W.Bush. Durante su mandato como gobernador de Texas, Bush la designó en varias ocasiones para jueza en un distrito de ese estado, algo que Cardone correspondió con donativos para la campaña del entonces candidato republicano a la presidencia en el año 2000. Para variar, siendo ya presidente, W. Bush la designó juez federal en El Paso, un cargo vitalicio.
Por otra parte, son conocidos los vínculos de George W. Bush con el ala más extremista de los cubanos de Miami, y el papel decisivo que tuvieron estos en el resultado de las fraudulentas elecciones del año 2000 que lo llevaron al poder. De allí que no sea casual que fuera también el gobierno de Bush el que hizo hasta lo imposible por no procesar a Posada desde su entrada ilegal a Estados Unidos, comenzando por negar su presencia en territorio norteamericano.
Y así, por un nada amoroso motivo, volvemos al bolero al comprobar que Cardone y Posada comparten un benefactor común: George W. Bush. Porque en este caso, para vergüenza de la música y la justicia, jueza y acusado pueden entonar juntos el penúltimo verso de Plazos traicioneros: “Si tu Dios es mi Dios”.
Iroel Sánchez
La pupila insomne/Rebelión
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