Por Tomás Borge
Escribí un artículo sobre Mario Vargas Llosa y lo consulté con Marcela Pérez Silva a quien respeto y admiro por su honestidad y talento. Peruana, al fin, no estuvo de acuerdo con las críticas al novelista. Para los peruanos Vargas Llosa es tan sagrado como el himno nacional.
Los revolucionarios peruanos —casi todos los peruanos— están orgullosos. Pregúntenselo al excelente poeta Arturo Corcuera o al hombre de bien, César Lévano, director del prestigiado diario “LA PRIMERA”, quienes, en esencia, han escrito panegíricos sobre el extraordinario escritor con suavísimos señalamientos críticos. Si ahora se lo propusiera, Vargas Llosa sería presidente del Perú con la incertidumbre y el riesgo inevitable sobre sus relaciones con los países del Alba. Incluso a mí se me alegró el oído al escuchar la noticia del galardón, lo cual más bien debe incomodar a Vargas —si acaso le da una ojeada, desde su olimpo, a este escrito. Considero, como un deber, no obstante, referirme a las atrocidades de Vargas Llosa contra Fidel y la revolución cubana, puesto que prefiero la muerte a la cobardía del silencio. No me asusta —pero duele— saber cómo Marcela y la inmensa mayoría de los peruanos no estarán conforme con mis apreciaciones.
Desde que Mario Vargas Llosa escribió “Conversaciones en la Catedral”, o a lo mejor antes, debió de haber recibido el premio Nobel.
Este premio debería ser entregado por méritos literarios y no por inclinaciones ideológicas. Fue por la triste manera de ver al mundo y por sus barbaridades políticas, que el brillante novelista —según se dice— no fue galardonado. Parece ser que quienes deciden sobre esta merced se han vuelto conservadores o menos exigentes. Le otorgaron el Nobel de la Paz a Obama, quien aún no ha demostrado tener suficientes méritos y, ahora, a un disidente chino. Por muy justa que sea la honra a Mario Vargas Llosa, tal decisión se enmarca, al parecer, en esta nueva cultura derechista sueca.
Si el parámetro para dar esa distinción siguiese siendo las bajas notas ideológicas, Vargas jamás sería digno de semejante honor.
En fecha reciente dijo: “Esta mañana he vivido esa sensación de asco e ira, viendo al risueño presidente Lula del Brasil abrazar cariñosamente a Fidel y Raúl Castro”. Esta aversión la tiene el Nobel de Literatura por Daniel Ortega, Evo Morales, Hugo Chávez, Rafael Correa y cuanto revolucionario exista sobre la tierra.
Marcela —quien es revolucionaria y admiradora de Fidel— hubiese preferido que no se dijera semejante tosquedad, pero se dijo y fue publicada en las leídas páginas del diario, ahora derechista, de España, “El País” y reproducida quien sabe en cuantos medios de derecha de este mundo que son los más leídos y numerosos. No es para nada un accidente de que estos dueños de la información del engaño perfecto resalten más las posiciones ideológicas y políticas del afortunado Nobel que sus méritos literarios.
No le agrada al célebre escritor la amistad de Lula con Fidel quien es objeto de reconocimiento por todos los líderes mundiales e intelectuales de mayor renombre: Mandela, Felipe González, Mario Benedetti, García Márquez, Julio Cortázar, el Rey de España e incontables y prestigiadas celebridades, de casi todos los premios Nobel de la Paz y de la Literatura.
La revolución cubana ha obtenido —y así lo reconocen los organismos especializados de las Naciones Unidas— logros extraordinarios en cuanto a desarrollo humano, abolición del racismo, acceso a la cultura, nutrición, protección a los ancianos y al medio ambiente y mortalidad materna. Cuba es el país más avanzado de la tierra en los índices de mortalidad infantil. Cuba ha contribuido a eliminar el analfabetismo en Bolivia, Venezuela y Nicaragua. Cuba ha operado con éxito a más de un millón de latinoamericanos de cataratas y otros males de la visión, incluyendo a miles de compatriotas de Vargas.
A Mario Vargas Llosa —quien tiene un lucero literario en la frente y rechaza a Cuba y Fidel— no le produjo repugnancia abrazar al repugnante cómplice de Bush y Tony Blair en la guerra contra Irak que costó más de un millón de vidas inocentes, José María Aznar. Y le produce simpatía el terrorista cubano Luis Posada Carriles, responsable del crimen de un avión donde murieron casi un centenar de deportistas cubanos. Ninguno de los matarifes, ultraderechistas de este planeta azul le producen rechazo al exquisito escritor peruano.
Sin duda, hay una feroz y descomunal desarmonía entre la luminosa creación del novelista con mayor estatura del Perú y sus fobias y simpatías ideológicas y políticas. Lástima.
Tomado de http://www.diariolaprimeraperu.com/
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