Descalzo me enseñó las colmenas cuajadas de miel.
Descalzo me mostró carneros, cabras, vacas y aves de corral.
Caminé con él y sentí que iba acompañado por la historia escrita por este hombre en cuyas manos ya no hay espacio para las callosidades.
Pasando la cerca de púas me fue contando acerca de la nueva fase de su vida en la finca situada en San Antonio, cercano sitio de Manzanillo.
Sus pequeños ojos brillan cuando se refiere a los planes y a su empeño para producir más para el pueblo. Habla gesticulando, como queriendo dibujar en el aire las ideas que genera.
Todo el tiempo estuvo descalzo. Sus pies parecen conocer cada piedra del camino, acomodándose a las irregularidades del mismo. Por eso no tropieza. Tampoco tropezó en su peregrinar por las montañas con el Ejército Rebelde.
Y es que en esta tierra nuestra los héroes caminan junto a nosotros, y lo hacen desde el altar de la modestia, esa que los hace grandes.
Conocer a este distinguido combatiente fue como encontrar una fortuna preñada de dignidad, que a la edad de ochenta años se mantiene firme como el mástil de un barco que se niega a zozobrar.
No anda descalza su conciencia, está dotada de una firmeza a prueba del tiempo que le permite seguir amando la tierra de la que salen los frutos gracias a su tesón.
No anda él con la memoria descalza, todo lo contrario, la arropa con los recuerdos de aquellos combates guerrilleros, trocados hoy por batallas para mantener vigente a una Revolución que ayudó a forjar.
No sé qué más decirte Polo. Mi arsenal de palabras ha sido vencido por tu hidalguía y eso me alegra, porque hombres como tú inspiran a seguir buscando las metáforas precisas, para esculpir desde la fuerza de las palabras tu estatura de Capitán Descalzo.
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