Nunca podré despojarme del hechizo de su voz.
Hay voces que atrapan de tan solo escucharlas y ese es el caso que me inspira para hablar de una de ellas, que para suerte mía se anida en mi memoria.
Sucede que siendo muy pequeño fui muchas veces a la fábrica de tabacos Moya de la ciudad de Bayamo. Allí trabajaba mi padre elaborando tabacos, puros, como se les conoce fuera de Cuba.
El fuerte olor que despedía la hoja, el silencio de los obreros durante la realización de sus labores y esa voz que lo llenaba todo, llamó siempre mi atención.
El lector de tabaquería, una tradición cubana de tantos años, alcanzó, en mi opinión un elevado nivel gracias a un hombre, que si bien leía con una excelente manera los materiales, destilaba al mismo tiempo una bondad extraordinaria.
Quizás nunca llegó a saber que desde la estatura de mi infancia comencé a admirarlo, y por supuesto a respetarlo, porque al mismo tiempo era un gran amigo de mi padre, y en no pocas ocasiones tuve el privilegio de compartir horas junto a ese lector de tabaquería que tantas obras literarias puso en el conocimiento de los torcedores.
Vindicación de Cuba, de José Martí, El Mercader de Venecia, de William Shakespeare, la poesía de los grandes hombres de esa rama de la cultura, el deporte, eran temas, entre otros, que este indiscutible locutor de la radio paseó por el sentimiento de los que aquí llamamos tabaqueros.
No tuve la oportunidad de entrevistarlo, me hubiese gustado hacerlo porque con su partida se fue una hermosa historia de su paso por Radio Bayamo, una emisora que siempre quiso, pues en esa estación no solo dejó amigos, sino una manifestación profesional que hoy los jóvenes aspirantes a tener como oficio el uso de la voz, tienen como referencia.
Tenía una deuda con ese hombre maravilloso, con ese orfebre de la palabra, cuyos hijos son mis amigos, en los que veo la huella bienhechora de su hechizo.
Por eso dije que no podré desprenderme del recuerdo de él, recuerdo que llevaré siempre como un estandarte, no para imitarlo, sería imposible, la altura de su paso por la vida solo puede reiterarla el propio Santoya, el hombre que hizo ver y compartir a los tabaqueros con José Martí, William Shakespeare y los grandes de la poesía a través de la lectura, a través de su voz que perdurará para siempre en mi memoria.
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