La única vez que vi al Ché debe haber sido entre los años 1963 ó 1964. Iba yo por la Plaza de la Revolución José Martí y en la misma esquina donde está el Ministerio de Comunicaciones y la Avenida de Rancho Boyeros, pasaba él en aquel emblemático auto norteamericano que utilizaba.
Jamás volví a verlo, pero siempre tuve la necesidad de hurgar en su vida revolucionaria, tan preñada de anécdotas y de hechos que hoy recoge la historia.
El Ché, a pesar de la propaganda que invade Internet, con comentarios desfavorables negando su altruismo y humanismo, resurge como un icono de grandeza tal, que los pueblos, alejados de las mentiras y tergiversaciones, lo asumen como lo que sigue siendo: un ejemplo de hombre revolucionario que desde su óptica luchó a favor de los pobres.
Un tiempo después, ya en andanzas periodísticas por la Sierra Maestra, he podido conocer más de su trayectoria, de su respeto a Fidel y a su consagración a la lucha por la liberación de los cubanos de aquella odiosa tiranía batistiana.
Campesinos curtidos por el trabajo, con manos agigantadas por el esfuerzo en el cultivo de la tierra, guardan del Ché las mejores imágenes y lo siguen considerando un guerrillero de altura cósmica, que no se quedó en Cuba luego del glorioso triunfo del Primero de Enero de 1959, sino, que, ya alcanzado el objetivo aquí, se lanzó, en cruzada intercontinental, a la lucha por las reivindicaciones de otros pueblos.
En esta tierra dejó familia, aquí nos enseñó a trabajar de manera voluntaria, él mismo se dedicó a poner en práctica esa modalidad en la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos en la propia Sierra Maestra, la primera gran obra del proceso revolucionario cubano, y en la que miles de niños de las montañas comenzaron a conocer el mundo a través de las letras que aprendieron a leer y a escribir.
Recorrió el país de un lado al otro, como Ministro de Industrias, recabando, en encuentros con obreros de ese sector, una mayor eficiencia en el desempeño de sus funciones, y expresó un pensamiento que sigue siendo una brújula para todos: ¨¨la calidad es el respeto al pueblo¨¨.
Los enemigos de la Revolución Cubana han tratado de demonizar su paso por nuestro país, y en muchas ocasiones le han hecho perversas acusaciones, carentes de fundamentos y de pruebas, alegando que era un hombre duro y que ´´ordenó el fusilamiento de centenares de contrarrevolucionarios´´.
Un planteamiento de ese tipo es inconcebible en una Revolución que jamás ha basado su defensa en actos de esa naturaleza, ni siquiera en la lucha armada de la Sierra Maestra, este proceso se permitió la más mínima tergiversación en cuanto a los derechos humanos, cuando aún en el mundo nadie hablaba de los mismos, y se violaban constantemente en países que hoy los tienen como ´´bandera´´.
Sería interesante preguntarle a esos ´´ ideólogos´´ las razones por las cuales nunca se han preocupado por los miles de asesinatos cometidos por la dictadura de Fulgencio Batista contra el pueblo durante su sangriento período al frente de un gobierno ilegal, basado en un golpe de Estado que cercenó las libertades públicas el 10 de marzo de 1952.
Parece una paradoja, pero en el sitio desde el cual se aguarda el fin de la Revolución Cubana, Miami, por los elementos mas recalcitrantes opuestos al proceso social cubano, viven y conspiran muchos de los asesinos del pueblo cubano, que amparados por el Gobierno de Estados Unidos de Norteamérica, no cesan en sus actos hostiles.
Pero el Ché siempre estuvo, está y estará por encima de esos que robaron el dinero del pueblo cubano y se fueron a La Florida, sitio seguro, garantizado por el imperio que apoyó a la dictadura de Batista hasta el último día de su existencia.
Y así, África le abrió los brazos cuando las grandes potencias colonialistas le robaban sus riquezas, (acción depredadora que continúa hoy), y necesitada de la lucha para liberarse, recibió a ese hombre que, acompañado por otros internacionalistas cubanos, abrió fuego contra la injusticia y la opresión.
La presencia del Ché en el continente negro, marcó un hito en la senda del internacionalismo proletario, una manifestación de amor a la humanidad que los enemigos de la liberación de los pueblos ven como una maldición comunista. Queriendo ocultar las razones, motivaciones y causas objetivas que han permitido, aún en medio del barraje de la llamada gran prensa del mundo occidental, el desarrollo de esos sentimientos.
El Ché está por encima de esos apocalípticos individuos, tanto, que no cejó en el empeño de ayudar a otros pueblos, y se lanzó a aquella cruzada en Bolivia, en un afán libertario que no concluyó con su proyección hacia la eternidad en la conciencia de los pueblos de Nuestra América.
Hoy el Ché sigue vivo, incluso en los ojos de aquel que, atemorizado, le disparó para que sucediera hasta hoy y para siempre, el parto que lo proyecta no ya solamente en las tierras americanas de Bolívar y de Martí, sino por todo el orbe, donde aún su estrella tiene mucho que iluminar.
Autor: David Rodríguez
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