Todas las ciudades tienen su historia. No hay ciudad grande o pequeña sin historia. Historia que han escrito y escriben sus habitantes de todas las edades, de todos los credos y de todos los colores.
Una ciudad esconde sus secretos de manera que el forastero no los descubra, o en todo caso solo enseña algunos para compartirlos con los que la visitan, por eso son núcleos poblacionales integrados por diferentes visiones, pero al final, iguales en cuanto al cariño, al amor que se profesa hacia el sitio donde hemos nacido y vivimos.
Mi ciudad no es tan grande, ha ido creciendo con el paso de los años, rejuveneciendo en cada esquina, en cada edificio, en cada casa que la conforma, pero sigue siendo una ciudad que se ama, tanto por su historia, como por la gente que la habita.
Siempre he querido estar en Bayamo, aunque haya estado años fuera de ella, estudiando, trabajando, viajando. Al final surge, germinando como semilla, ese apego a lo propio, a lo que se considera la gran casa, que es la ciudad.
Y en Bayamo, hay suficientes motivaciones para sentir orgullo, porque, y no con apasionados ánimos regionalistas, tenemos los suficientes ingredientes para sostener esa mezcla de ideas, que hacen de este núcleo poblacional, un emporio de la historia cubana.
Hay orgullo de ser cubano, hay orgullo por llevar ese nombre que simboliza a un pueblo que se inauguró como tal, en medio de las contradicciones de un siglo de esplendor, que trajo como consecuencia benigna, el inicio de una lucha contra el poderío colonial español que sojuzgaba a la Isla.
Y fueron los bayameses los que organizaron aquel levantamiento en un sitio tan sagrado como La Demajagua, el 10 de Octubre de 1868, con Carlos Manuel de Céspedes a la cabeza, dando la libertad a sus esclavos y llamándolos hermanos.
No solo la historia bélica caracterizó a Bayamo, también es cuna de notables pensadores como José Antonio Saco, poetas y poetisas de la estirpe de Juan Clemente Zenea y Ursula de Céspedes y Escanaverino, de músicos como Perucho Figueredo y Manuel Muñoz.
Y para colmo de bienes, Bayamo es la cuna de la canción romántica trovadoresca desde aquel día en que se escuchó en la ventana de la casa de Luz Vázquez y Moreno la música y la letra de La Bayamesa, canción que estremece y calma, canción que estimula y seda.
Este año Bayamo cumple 495 años de fundada, y en realidad, es un tiempo prolongado para una ciudad que sigue siendo referencia, ya no solo por la historia, escrita en el momento exacto, cuando los acontecimientos exigieron de tales acciones, sino por el constante bregar de sus habitantes que la han convertido en estrella con luz propia.
La ciudad ha estado acompañada desde su inicio como refugio de los aborígenes, por el río, esa arteria fluvial de la que los habitantes de la misma no pueden desprenderse, es como un amuleto, es como un talismán que se ha sembrado no solo en la piel, también en el alma de los bayameses.
Bayamo se siente mucho estando por sus calles, por sus alrededores donde florecen los bosques, y más cuando nos alejamos del terruño, entonces parece que se quebranta el alma y el sol se nos presenta diferente, es que el sol de la ciudad es único, por su brillo e intensidad.
Una ciudad esconde sus secretos de manera que el forastero no los descubra, o en todo caso solo enseña algunos para compartirlos con los que la visitan, por eso son núcleos poblacionales integrados por diferentes visiones, pero al final, iguales en cuanto al cariño, al amor que se profesa hacia el sitio donde hemos nacido y vivimos.
Mi ciudad no es tan grande, ha ido creciendo con el paso de los años, rejuveneciendo en cada esquina, en cada edificio, en cada casa que la conforma, pero sigue siendo una ciudad que se ama, tanto por su historia, como por la gente que la habita.
Siempre he querido estar en Bayamo, aunque haya estado años fuera de ella, estudiando, trabajando, viajando. Al final surge, germinando como semilla, ese apego a lo propio, a lo que se considera la gran casa, que es la ciudad.
Y en Bayamo, hay suficientes motivaciones para sentir orgullo, porque, y no con apasionados ánimos regionalistas, tenemos los suficientes ingredientes para sostener esa mezcla de ideas, que hacen de este núcleo poblacional, un emporio de la historia cubana.
Hay orgullo de ser cubano, hay orgullo por llevar ese nombre que simboliza a un pueblo que se inauguró como tal, en medio de las contradicciones de un siglo de esplendor, que trajo como consecuencia benigna, el inicio de una lucha contra el poderío colonial español que sojuzgaba a la Isla.
Y fueron los bayameses los que organizaron aquel levantamiento en un sitio tan sagrado como La Demajagua, el 10 de Octubre de 1868, con Carlos Manuel de Céspedes a la cabeza, dando la libertad a sus esclavos y llamándolos hermanos.
No solo la historia bélica caracterizó a Bayamo, también es cuna de notables pensadores como José Antonio Saco, poetas y poetisas de la estirpe de Juan Clemente Zenea y Ursula de Céspedes y Escanaverino, de músicos como Perucho Figueredo y Manuel Muñoz.
Y para colmo de bienes, Bayamo es la cuna de la canción romántica trovadoresca desde aquel día en que se escuchó en la ventana de la casa de Luz Vázquez y Moreno la música y la letra de La Bayamesa, canción que estremece y calma, canción que estimula y seda.
Este año Bayamo cumple 495 años de fundada, y en realidad, es un tiempo prolongado para una ciudad que sigue siendo referencia, ya no solo por la historia, escrita en el momento exacto, cuando los acontecimientos exigieron de tales acciones, sino por el constante bregar de sus habitantes que la han convertido en estrella con luz propia.
La ciudad ha estado acompañada desde su inicio como refugio de los aborígenes, por el río, esa arteria fluvial de la que los habitantes de la misma no pueden desprenderse, es como un amuleto, es como un talismán que se ha sembrado no solo en la piel, también en el alma de los bayameses.
Bayamo se siente mucho estando por sus calles, por sus alrededores donde florecen los bosques, y más cuando nos alejamos del terruño, entonces parece que se quebranta el alma y el sol se nos presenta diferente, es que el sol de la ciudad es único, por su brillo e intensidad.
Autor: David Rodríguez Rodríguez
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