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martes, 4 de julio de 2017

D. Rafael Cabrera, música y modestia

Por Enrique Orlando Lacalle
Se nace en cualquier parte, donde fije el destino o determinen las circunstancias. Ni la cuna o el lugar donde se haya radicado, conceden preeminencia; tampoco otorgan distinciones. Sin embargo, D. Rafael Cabrera disfrutó la satisfacción de nacer el día 9 de noviembre de 1872, en la heroica ciudad de Bayamo, la del ejemplo magnífico y trascendental de resolución.
En ese hermoso marco de oro, luce mucho mejor su modesta, pero destacada figura. Cuando aún guardaban calor las evocadoras calles y veneradas ruinas, por aquel epopéyico incendio con que sus moradores rubricaron el juramento de libertad o muerte; en tiempos de grandes incertidumbres y peligros; teniendo como mudos testigos ennegrecidos ladrillos y maderas chamuscadas; en el pobre regazo de la nueva población que iba apareciendo de entre los escombros y desolación de la primitiva Bayamo, en ese ambiente mustio que la lucha independentista provocó, aparece quien habría de ser al correr de los años uno de sus hijos más distinguidos en el arte musical.
En virtud de constituir el sentimiento del amor lo más delicado y sublime que atesora puede el pecho humano, D. Rafael Cabrera supo amar a la Creación, a la Patria, a la humanidad y a su familia con creciente preferencia.
Enrique José varona ha dicho que solo hay un modo de amar a Cuba, más también muchas maneras de servirla; por esa razón Don Rafael Cabrera la enalteció a través de la armonía musical, que fue para él: sino, dedicación y aliento.
La vena melódica la heredó de su progenitor. Cualidad que se vislumbró en él desde la más tierna infancia, y por ello, sin esfuerzo alguno, su padre comenzó a enseñarle los rudimentos musicales apenas tenido seis años. Sentado en sus piernas como contándole cuentos, le prodigaba aquellas lecciones, que el niño escuchaba complacido.
A su vez, aprendía las primeras letras en la escuelita particular que muy cerca de su casa mantenía la señora Agustina Causa. Esta maestra, doncella y beata, amante de los niños, así como de prodigar bondades, gozaba de gran estimación en el pueblo.
Sabiendo ya leer y contar, pasó a la escuela dirigida por el gran patriota bayamés D. Miguel de la Guardia y Góngora, situada en la calle de la Asunción (hoy del mayor general José M. Capote); y más tarde a la Escuela Municipal “San José”, dirigida por el profesor D. Daniel Costa y Abad.
Los estudios musicales comenzados por el padre, los continuó con su hermano y padrino Joaquín, destacado clarinetista, considerado uno de los mejores de Cuba, al que llamaban por el sobre nombre de “El Sinsonte del Clarinete”. El alumno fue digno del maestro, y si no le superó, aseguraban el no haberse quedado a la zaga. Tal dominio adquirió con el clarinete, pese a sus cortos años doce se sumaban en su vida, que en ocasión de faltar uno de los músicos de la orquesta de su padre, enfermo en momentos decisivos para el cumplimiento de un compromiso, fue seleccionado para sustituirlo. Narraba D. Rafael las encontradas emociones desarrolladas en su ánimo ante tal evento, en parte de temor por la gran responsabilidad en que le había colocado; y también de alegría, al ver convertido en realidad un claro anhelo, celosamente acariciado: tocar un día en la orquesta de su padre. Desde entonces le consideraron miembro de la misma.
Solamente contaba quince años, en esa edad crítica, inicio de grandes metamorfosis, de la inquietud y florida pubertad, tiempo que otros adolescentes dedicaban a devaneos mentales, malgastando energías creadoras, cuando asomaba la riente y fugitiva primavera, y ya el jovencito Rafael Cabrera en alas de la inspiración, en cuyas claridades muchas veces se bañó, escribía su primera obra musical: una danza; entonces agradable modalidad muy en boga. Tanto gustó esta composición que pasó a merecer el honor de incorporársele al repertorio escogido, y al compás de su contagiosa cadencia, bailaron- embriagados por ilusiones de juventud los bayameses de ayer.
Desde entonces, manteniéndose en dulces embelesos de melodías musicales, surgieron hasta el final de tan laboriosa vida, producciones de todas las clases; desde el himno escolar hasta la más selecta obra orquestal: un capricho sinfónico, una polka de varios valses, canciones, baladas, danza, danzones, pasos dobles, himnos, marchas militares, de procesión y fúnebres; en fin, cuanto abarca la extensa escala musical.
Nota: Fragmento tomado de D. Rafael Cabrera, música y modestia libro escrito por Enrique Orlando Lacalle.

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