Días atrás el corresponsal
del periódico londinense The Independent estacionado en Trípoli dio a
conocer una serie de documentos que él mismo había hallado en una oficina
gubernamental abandonada con toda premura por sus ocupantes. Ese material
arroja una luz cegadora para quienes creen que para oponerse y condenar el
criminal ataque aéreo de la OTAN
sobre Libia es necesario enaltecer la figura de Gadafi y ocultar sus crímenes
hasta convertirlo en un socialista ejemplar y ardiente enemigo del
imperialismo. La oficina en cuestión era la de Moussa Koussa, ex Ministro de
Relaciones Exteriores de Gadafi, hombre de la más absoluta confianza de éste y,
anteriormente, jefe del aparato de seguridad del líder libio. Como se
recordará, ni bien estalló la revuelta en Bengazi Koussa defeccionó y se marchó
sorpresivamente a Londres. Pese a las numerosas acusaciones que existían en su
contra por torturas y desapariciones de miles de víctimas, el hombre no fue
molestado por las siempre tan alertas autoridades británicas y poco después se
esfumó. Ahora se sospecha que sus días transcurren bajo la protección de
algunas de las feroces autocracias del Golfo Pérsico. La papelería descubierta
por el corresponsal del Independent ayuda a entender por qué.
Los documentos ponen en evidencia los
estrechos y amistosos lazos existentes entre el régimen de Gadafi, la CIA y el MI6, el espionaje
británico. Gracias a esa vinculación Washington trasladó a Libia a personas
sospechosas de terrorismo -o colaboradoras de éste- para someterlas a sesiones
especiales de “interrogatorios reforzados”, un poco sutil eufemismo para
referirse a la tortura. Gracias al apoyo de un gobierno como el de Gadafi, que
había arrojado por la borda sus antiguas convicciones, George W. Bush pudo
sortear las limitaciones establecidas por su propia legislación en relación con
el tipo de tormentos “aceptables” en una confesión. Según la documentación
incautada por el periodista la
Casa Blanca realizó por lo menos ocho envíos de prisioneros
–no hay información exacta acerca del número de personas despachadas en cada
envío- para ser interrogados brutalmente en las mazmorras de Gadafi, aparte de
los que pudieron haberse remitido a ese país sin que por el momento exista
constancia escrita de ello. Este canallesco maridaje entre el robocop del
imperio y su compinche libio llegó tan lejos que en uno de los documentos
enviados por la CIA
a los esbirros de Gadafi se incluye una lista de 89 preguntas que éstos tenían
que formular cuando se “interrogara” a uno de los sospechosos. Es decir, nada
quedaba librado a la improvisación. A cambio de estos infames servicios la CIA y el MI6 ofrecían por
escrito toda su colaboración para identificar, localizar y entregar a los
enemigos del régimen en cualquier lugar del mundo. La agencia estadounidense lo
hizo con Abu Abdullah al-Sadiq –uno de los dirigentes del Grupo Libio Islámico
Combatiente y, al día de hoy, líder militar de los rebeldes libios- apenas dos
días después de que llegara una solicitud expresa de Trípoli en tal sentido.
Sadiq, cuyo nombre verdadero es Abdel Hakim Belhaj, declaró el pasado miércoles
31 de agosto que estando en Bangkok en compañía de su esposa, embarazada, fue
detenido y torturado en las cárceles libias por dos agentes de la CIA, tal cual se anticipaba en
el escrito rescatado de los escombros de la oficina de Koussa. Similares
intercambios de favores fueron frecuentes entre los organismos de seguridad
libios y el MI6, dado que numerosos exiliados políticos libios residían en el
Reino Unido.Lo anterior es apenas la punta de un iceberg atroz y aberrante. La correspondencia entre el número dos de la CIA en aquel momento, Stephen Kappes, y Koussa, exhibe una repugnante cordialidad. El mismo sentimiento provoca la cómplice hipocresía de George W. Bush y Tony Blair, sabedores de los crímenes que por su encargo estaba realizando Trípoli mientras proclamaban su mentirosa defensa de los derechos humanos, la justicia, la democracia y la libertad. Farsantes supremos, al igual que Gadafi, que hace mucho tiempo dejó de ser lo que había sido pese a que son muchos los que todavía no se dieron cuenta. El fiscal del Tribunal Penal Internacional ha declarado que iniciará una investigación sobre las gravísimas violaciones de los derechos humanos perpetradas por Gadafi. Pero, ¿qué hará con George W. Bush y Tony Blair, partícipes necesarios, cómplices y encubridores de esos crímenes? Además, ¿tendrá las agallas suficientes para hacer lo propio con Anders Fogh Rasmussen, Secretario General de la OTAN, responsable de (hasta el 1 de septiembre) los 21.200 ataques aéreos a Libia, causantes de innumerables víctimas civiles y de la casi total destrucción de ese país? La operación “reconquista neocolonial” de Libia –ensayo general de una metodología destinada a aplicarse en los más diversos escenarios regionales- hizo caer muchas máscaras que dejaron al desnudo a personajes siniestros y a instituciones como el TPI, otra farsa como el “antiimperialismo” de Gadafi y los “derechos humanos” de Bush, Blair, Cameron, Sarkozy y Berlusconi.
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