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miércoles, 5 de enero de 2011

A MEDIO SIGLO DE UN ATROZ ASESINATO

La Guásima fue testigo de aquel acto cruel, cobarde, sanguinario.

El joven, casi un niño no rebasaba los veinte años, pero había apostado por la Revolución y deseaba ayudarla con lo único que sabía hacer: enseñar.

Para alcanzar el nivel necesario, se fue a las montañas, a Minas del Frío y allí aprendió lo suficiente para convertirse en maestro y comenzar a alfabetizar en aquel año de leyenda en Cuba.

Los asesinos, incultos y sedientos de sangre, querían amedrentar a los demás jóvenes cubanos que se incorporaban a la majestuosa hazaña, hace ya medio siglo.

Se trataba de una lucha de la cultura contra la incultura, de las luces contra las sombras, de la razón contra la sinrazón, del amor contra el odio, de los hombres que construyen contra los que destruyen.

Lo golpearon, lo ofendieron, lo asesinaron porque representaba a la justicia contra la injusticia, de la libertad contra la opresión.

Si la contrarrevolución aspiraba a sembrar el terror con el terror de sus asesinatos, lograron el efecto contrario con el alevoso asesinato de Conrado Benítez García.

Su cuerpo no había sido sepultado cuando una ola de adhesión a la batalla contra el analfabetismo sacudió a toda la Isla. Conrado se multiplicó en cien mil, en doscientos mil, en trescientos mil.

Hoy a medio siglo del hecho abominable, recordamos al maestro, que pagó con su vida por ejercer un derecho: el de enseñar al que no sabía. Ese fue su delito.

Autor: David Rodriguez

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