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martes, 26 de noviembre de 2013

EN ´´EL MIRADOR´´ TODO FUE DIFERENTE





Noviembre de 1961. El Mirador, uno de los sitios más hermosos que he visto en mi vida, está ubicado en las profundidades de la Sierra Maestra, perteneciente al municipio de Buey Arriba, en la provincia de Granma.

A ese lugar había llegado siete meses antes, como integrante del Ejército de Alfabetizadores Conrado Benítez García, un maestro que fue asesinado en enero de ese año.


La misión encomendada era alfabetizar a un matrimonio de campesinos, Mario y Juana Montero, quienes vivían en la pequeña comunidad montañosa, junto a otros familiares y vecinos.

Nunca me había separado de mis padres por tanto tiempo, pero el objetivo de la labor que desempeñaría resultaba atractivo y lo comprendía a pesar de contar con solo 14 años de edad.

El cambio era duro, pues pasaba de la ciudad al campo, a las montañas donde no había electricidad y la temperatura se presentaba demasiado fría en muchas ocasiones.

Conocí  allí a muchas personas, todas amables, decentes y honestas, sellos del campesinado cubano, y se forjó entonces la amistad, consideración y la ayuda para aquel que había dejado su casa atrás.

En ese tiempo asumí la tarea de enseñar a Mario y a Juana en el horario nocturno, auxiliado por aquel farol chino que tantas veces utilizamos para los quehaceres de aquel bohío, pobre pero muy limpio.

El matrimonio me tomó tanto cariño que teniendo en cuenta mi endeble cuerpo de entonces me dejaban dormir con ellos en su cama, como lo hacen los padres con sus hijos en determinados momentos de su vida.

Mario me enseñó a montar en mulo, el animal más preciado de la montaña por su resistencia y capacidad de sortear los caminos de la serranía, muchas veces intransitables para los vehículos.

También me propició el primer encuentro con las plantaciones de café que quedaban justo detrás de su casa, explicándome todo lo relacionado con ese grano del que se extrae la famosa infusión que tanto gusta.

Todos los días en la mañana me iba al campo con Mario a atender los cafetos, mientras Juana preparaba los alimentos como la malanga, el plátano, la carne de cerdo o de ave y el necesario arroz.


 En la noche, encendido el farol chino, comenzaba la clase destinada a alfabetizarlos y ponerlos en condiciones de ser más útiles a la sociedad y a ellos mismos.

En realidad esa estancia en El Mirador me puso en contacto directo con unas personas maravillosas, muy unidas y que siempre estaban prestas a ayudar a quien pasara por el frente de su humilde vivienda.

El techo era de zinc, y en los tiempos de calor se tornaba insoportable y en el invierno también, pero esos detalles no hicieron mella en mi disposición de seguir y terminar la obra iniciada.

La estabilidad en esa casa marchaba de forma estupenda hasta un día en que llegó una noticia desgarradora, inesperada y preocupante: habían asesinado en El Escambray a un alfabetizar y a su alumno.

Como en toda casa donde estaba un alfabetizador, en la de Mario y Juana yo izaba todas las mañanas la bandera de la campaña, que servía además a los supervisores para orientarse.

Al llegar la noticia, aquel matrimonio entró en shock, me quitaron el uniforme y me pusieron ropas que me identificaban como un campesino mas, bajaron la bandera y desaparecieron el asta,.

Habían asesinado a Manuel Ascunce Domenech y al campesino Pedro Lantigua en horrenda acción terrorista para amedrentar a los que seguíamos laborando en la campaña.

Ascunce solo tenía ¡!!!16 AÑOS!!!, siendo su delito enseñar a leer y a escribir a los campesinos en Limones de Cantero, en la Sierra del Escambray en el centro del país.

Aquel hecho no logró el objetivo de los asesinos, pues los que nos mantuvimos alfabetizando recibimos refuerzos de otros jóvenes que no se habían incorporado a ese noble empeño.

Allí en el Mirador todo se volvió diferente aunque el amor de aquellos campesinos no varió, solo que desde entonces me protegieron más ante cualquier extraño que se acercara a su casa.

El 22 de diciembre de 1961, cuando Cuba proclamó ante el mundo que era territorio libre de analfabetismo, el nombre y la imagen de Manuel Ascunce Domenech quedó para siempre sembrado en nuestros corazones.


 

POR TERROR ME QUITARON EL UNIFORME DE ALFABETIZADOR




Noviembre de 1961. El Mirador, uno de los sitios más hermosos que he visto en mi vida, está ubicado en las profundidades de la Sierra Maestra, perteneciente al municipio de Buey Arriba, en la provincia de Granma.

A ese lugar había llegado siete meses antes, como integrante del Ejército de Alfabetizadores Conrado Benítez García, un maestro que fue asesinado en enero de ese año.




La misión encomendada era alfabetizar a un matrimonio de campesinos, Mario y Juana Montero, quienes vivían en la pequeña comunidad montañosa, junto a otros familiares y vecinos.

Nunca me había separado de mis padres por tanto tiempo, pero el objetivo de la labor que desempeñaría resultaba atractivo y lo comprendía a pesar de contar con solo 14 años de edad.

El cambio era duro, pues pasaba de la ciudad al campo, a las montañas donde no había electricidad y la temperatura se presentaba demasiado fría en muchas ocasiones.

Conocí  allí a muchas personas, todas amables, decentes y honestas, sellos del campesinado cubano, y se forjó entonces la amistad, consideración y la ayuda para aquel que había dejado su casa atrás.



En ese tiempo asumí la tarea de enseñar a Mario y a Juana en el horario nocturno, auxiliado por aquel farol chino que tantas veces utilizamos para los quehaceres de aquel bohío, pobre pero muy limpio.

El matrimonio me tomó tanto cariño que teniendo en cuenta mi endeble cuerpo de entonces me dejaban dormir con ellos en su cama, como lo hacen los padres con sus hijos en determinados momentos de su vida.

Mario me enseñó a montar en mulo, el animal más preciado de la montaña por su resistencia y capacidad de sortear los caminos de la serranía, muchas veces intransitables para los vehículos.

También me propició el primer encuentro con las plantaciones de café que quedaban justo detrás de su casa, explicándome todo lo relacionado con ese grano del que se extrae la famosa infusión que tanto gusta.

Todos los días en la mañana me iba al campo con Mario a atender los cafetos, mientras Juana preparaba los alimentos como la malanga, el plátano, la carne de cerdo o de ave y el necesario arroz.

En la noche, encendido el farol chino, comenzaba la clase destinada a alfabetizarlos y ponerlos en condiciones de ser más útiles a la sociedad y a ellos mismos.

En realidad esa estancia en El Mirador me puso en contacto directo con unas personas maravillosas, muy unidas y que siempre estaban prestas a ayudar a quien pasara por el frente de su humilde vivienda.

El techo era de zinc, y en los tiempos de calor se tornaba insoportable y en el invierno también, pero esos detalles no hicieron mella en mi disposición de seguir y terminar la obra iniciada.

La estabilidad en esa casa marchaba de forma estupenda hasta un día en que llegó una noticia desgarradora, inesperada y preocupante: habían asesinado en El Escambray a un alfabetizar y a su alumno.

Como en toda casa donde estaba un alfabetizador, en la de Mario y Juana yo izaba todas las mañanas la bandera de la campaña, que servía además a los supervisores para orientarse.

Al llegar la noticia, aquel matrimonio entró en shock, me quitaron el uniforme y me pusieron ropas que me identificaban como un campesino mas, bajaron la bandera y desaparecieron el asta,.

Habían asesinado a Manuel Ascunce Domenech y al campesino Pedro Lantigua en horrenda acción terrorista para amedrentar a los que seguíamos laborando en la campaña.

Ascunce solo tenía ¡!!!16 AÑOS!!!, siendo su delito enseñar a leer y a escribir a los campesinos en Limones de Cantero, en la Sierra del Escambray en el centro del país.

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