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viernes, 26 de febrero de 2016

JORGE CARLOS MILANES Y CESPEDES, OTRO BAYAMES EN LA HISTORIA DE LA PATRIA


El proceso revolucionario iniciado en Bayamo en la segunda mitad del siglo 19 propicio la incorporación al mismo de hombres que por su valentía se ganaron el nombre de patriotas.

Unos son más conocidos que otros, pero en definitiva aquella generación de valientes está inscripta en las páginas de oro de la patria, a la que se entregaron en la búsqueda de la independencia de la Isla.

Fueron tantos los de esa estirpe, pero ninguno olvidado en la memoria de los cubanos que hoy asumen, con la misma valentía de entonces, los desafíos del presente.

Uno de aquellos bayameses que se inmiscuyó de inmediato en los trajines gloriosos por la libertad de Cuba, nació en Bayamo el 19 de mayo de 1823, unido sanguíneamente al Padre de la Patria.

Obtuvo el título de abogado en la Universidad de La Habana, integrándose a ese gremio en la ciudad de Bayamo donde, según la historia, desarrollo con honestidad sus funciones.

A mediados de julio de 1886 ingreso en la masonería, lo que le sirvió para realizar sus actividades conspirativas contra el colonialismo español, integrando un año después el Comité Revolucionario de Bayamo.

Jorge Carlos Milanés y Céspedes, el patriota del que hablamos hoy, se incorporo de inmediato a las huestes que habían protagonizado el alzamiento en La Demajagua.

El 15 de julio de 1868 se une a Céspedes en Barrancas, y allí participa en los preparativos para el ataque y toma de la ciudad de Bayamo, victoria que se alcanzo cinco días más tarde.

Tres meses después, ante la imposibilidad de resistir el empuje de las fuerzas españolas, empeñadas en reconquistar la ciudad, fue de los primeros en quemar su casa y partir a la manigua redentora.

Jorge Carlos Milanés y Céspedes, hizo lo que correspondía en aquellos momentos oscuros que vivía la patria, dejando un ejemplo imperecedero para las generaciones actuales de cubanos.

Como él, fueron muchos los que acompañaron a Céspedes en una contienda muy difícil, pero enaltecedora como es la lucha por la emancipación de la patria a la que querían ver libre y soberana.

Recordamos a este ilustre bayamés, Jorge Carlos Milanés y Céspedes en ocasión de cumplirse hoy el aniversario 132 de su muerte, el 26 de febrero de 1884 en la ciudad de Santiago de Cuba.

miércoles, 10 de febrero de 2016

EL PADRE EN EL OLEO

Autora: Mónica María Ramírez Aguilar

Las iglesias dan sensación de lugar tranquilo donde Dios, en cualquier momento, se encontrará con la persona que reza; son un espacio donde la luz tenue y los altares crean un clima agradable para meditar. Asimismo, se convierten, sobre todo las católicas, en sitio de manifestaciones artísticas pues los cantos durante las misas, las pinturas y esculturas que en ellas se observan, captan la atención de feligreses y visitantes.

Tales calificativos se manifiestan en la Parroquia Mayor San Salvador de Bayamo, una edificación construida en sus inicios de madera y techo de guano, y poco a poco levantada de concreto en más de una ocasión pues los terremotos que azotaron a la ciudad y el incendio de 1869, la afectaron.

Los sacerdotes, también son incluidos en ese arte que se respira de los templos, ellos y sus tonos de voz en las liturgias sirvieron para decorar el área. Ese es el caso del padre Diego José Baptista, quien fue párroco de la catedral San Salvador de Bayamo y por su apoyo a la causa de la independencia es protagonista de un mural dentro del recinto.

El óleo se ve en el arco formero de la nave principal, trata sobre la bendición de la bandera de La Demajagua o la bandera de Céspedes y la primera interpretación oficial del Himno de Bayamo. Según los autores Juan Quijano y Rafael Couso, el hecho representado tuvo lugar cerca del altar y luego todos salieron al atrio, donde por primera vez es interpretada la marcha de guerra.

Fue pintado en 1919 por el dominicano Julio Desangles, en el aparecen personalidades como: Perucho Figueredo, Carlos Manuel Céspedes, Francisco Vicente Aguilera y a la izquierda de esas tres figuras, el padre Diego José; seguido por sus ayudantes y con todos los instrumentos que permiten bendecir la enseña nacional; acompañado de un pueblo a pie y otro a caballo deseosos que llegue la hora de su lucha.


Tiene una dimensión de 8.5 m de ancho x 4.5 m de alto, es la única pintura de tema civil ubicada dentro de un templo católico cubano. Posee elementos procedentes de la escuela del pintor español Sorolla quien caracterizó su plástica por pinceladas empastadas, sueltas y ágiles, la ubicación del punto de vista de la composición en alto y el reflejo de la luz que trasmite movimiento a la obra.

Vestido con túnica color blanco y dorado se aprecia al padre Baptista dibujado quien parece contrastar y, al mismo tiempo, componer aquel suceso, convertido en un representante más de los ideales de libertad y justicia. Mirar desde los bancos del interior de la catedral da la impresión de que el momento se repite en trazos, formas y colores, la mente es capaz de memorizar los detalles, no importa si están borrosos y entre el Jesús en la cruz, el silencio y los altares, la iluminación invita a contemplar al sacerdote en el óleo.

Fuentes:
Quijano, J. y Couso, R. (2000). El templo de El Salvador.
Roldós, R. y Rodríguez, R. (1997). Testigo de las llamas. Capilla de Nuestra Señora de los Dolores. Diócesis de Santísimo Salvador de Bayamo- Manzanillo.
Paradiso, M. y Roldós, R. (2012). “Capilla Nuestra Señora de los Dolores entre historia y misterio”. Ed. Iedizione

PADRE BAPTISTA: REQUIEM Y ALELUYA

Autor: Angel Lago Vieito

El siglo XIX fue un período definitorio para el imperio español de Ultramar. Tras la pérdida de sus posesiones coloniales en América, a causa de las guerras independentistas culminadas en la tercera década de la centuria, la metrópoli intentó retener a Cuba, y con ese fin aumentó el número de sus tropas en la Isla; decretó el régimen de las facultades omnímodas para el gobierno colonial, y además, en el ámbito eclesiástico, comenzó la sustitución del clero criollo por el peninsular.

Bayamo era uno de los pueblos cubanos que contaba con mayor número de templos, y en su caso específico se dio la circunstancia peculiar de que todos los clérigos, desde siglos atrás, eran siempre bayameses y miembros de las familias más distinguidas.

Se destacó el Padre Baptista como patriota y partidario de la independencia de Cuba, y muestra evidente de ello es su actuación desde antes del estallido de la guerra liberadora en 1868. Al respecto señalaba Maceo Verdecia:

Entre los varios hijos de Bayamo que habían abrazado la carrera eclesiástica, se encontraba el Padre Baptista, Vicario de la Arquidiócesis y uno de los más famosos oradores sagrados de la provincia. El espíritu abierto a las ideas reformistas que empezaban a vislumbrarse en aquella época; su generosidad para con los necesitados y la amabilidad de su carácter, hicieron que fuera el verdadero director espiritual de las familias bayamesas. A estas cualidades unía otra el Padre Baptista: su patriotismo. En esto era intransigente.

Al abundar sobre la posición patriótica del padre Baptista, el historiador bayamés precisaba: “Fue el verdadero precursor de los acontecimientos que debían surgir en el año 1868; es más: fue el padre de esos acontecimientos. La generación que debía animarlos, fue obra de sus manos. El hizo aquel espíritu; lo hizo y le dio vida,”

Un suceso acaecido en el mes de Abril del año 1864, puso de manifiesto el carácter íntegro del padre Baptista. Durante la procesión del Santo Entierro en la Semana Santa, reafirmó su derecho a organizar la procesión, y lo impuso ante las pretensiones del mariscal de campo don Luis de Monteblanch, quien de regreso con sus tropas de la frustrada empresa de Santo Domingo, se encontraba en la ciudad.

Otros episodios similares dan la medida de la osada y firme actitud patriótica del padre Baptista, entre ellos el hecho de haber permitido la primera interpretación instrumental de la marcha compuesta por Perucho Figueredo, a modo de Marsellesa, del movimiento conspirativo surgido en la ciudad, y que luego se convertiría en el Himno Nacional de Cuba.

El referido suceso tuvo lugar el 11 de Junio de 1868, apenas unos meses antes de la insurrección, después del Te Deum y también durante la procesión de la fiesta del Corpus Christi, en la Iglesia Parroquial Mayor y ante la presencia de las autoridades coloniales de la ciudad, entre ellos en propio teniente gobernador Julián Udaeta.

Pero sin dudas, el acontecimiento más trascendental de la vida patriótica del presbítero, fue la bendición de la bandera insurrecta de Carlos Manuel de Céspedes, efectuada también, en el mismo histórico escenario de la hoy Catedral bayamesa, el 8 de noviembre de 1868, días después de la toma de la ciudad por las fuerzas independentistas. En esa acción fue secundado por los sacerdotes Juan Luis Soleilac y Emiliano Izaguirre, perteneciente el último a la parroquia de Barranaca.

Cuando las tropas colonialistas recuperaron esta ciudad reducida en parte a cenizas el padre Baptista fue considerado infidente. Debido a su avanzada edad –tenía entonces 90 años- no fue castigado ni desterrado, sino que fue trasladado a Santiago de Cuba, donde murió de consunción, el 14 de febrero de 1876.

El longevo sacerdote criollo –vivió hasta los 98 años- a despecho de posiciones oficiales y del Patronato Regio ejercido sobre la Iglesia Católica, asumió valiente y dignamente su papel como hijo fiel de la tierra cubana.

Sirvan estas líneas –no es otro su propósito- como un tirón al manto del olvido, y de antecedente para un futuro y necesario trabajo, que indague y localice nuevas fuentes, y pueda ofrecer una imagen más acabada del religioso y patriota bayamés.

Queda entonces ese reto a los investigadores o interesados en general. Mientras, este es nuestro réquiem y a la vez nuestro aleluya.

Fuente: A propósito de Bayamo. Ediciones Simiente. Obispado Bayamo- Manzanillo (1999) p. 27 y 28.

lunes, 1 de febrero de 2016

DESVENTURAS BAYAMESAS

En el constante andar por las calles bayamesas pueden observarse hechos que en la mayoría de los casos son sustentados por las buenas conductas de los ciudadanos, pero siempre encontramos elementos negativos.

Esos ejemplos que no se quisieran experimentar suceden todos los días en nuestra comunidad y si bien hay autoridades responsabilizadas para la evitación de los mismos, es la propia ciudadanía la que puede erradicarlos.

Sera la policía, como guardiana del orden público, la única institución que debe luchar para que la armonía se manifieste en las calles, en los hogares, en la comunidad?


Si deseamos la convivencia en el barrio, los primeros que deben contribuir en ese empeño somos los ciudadanos, algunos de los cuales no tienen el comportamiento que se inculca en una sociedad como la nuestra.

Porque razón un vecino de un barrio cualquiera se esmera en que los demás, que descansan, ven la televisión o están enfermos, escuchen la música de su preferencia con decibeles tan acentuados que hacen daño?

No es un pecado oír la música que le gusta a alguien, lo descabellado radica en desear imponer al niño, al anciano, a la mujer, al vecino, esa preferencia, vulnerando la tranquilidad de sus semejantes.

Otro problema está centrado en la obsesión de algunos jóvenes de convertir cualquier espacio libre del barrio en un campo de futbol, obligando a los vecinos a vivir con puertas y ventanas cerradas.

Por lo general estos hechos ocurren no frente a la casa de residencia de esos jóvenes, sino en la puerta del vecino, mientras los padres de los infractores están tranquilamente en sus hogares.

Y ahí está una de las causas que originan estas indisciplinas sociales pues la familia tiene la obligación de velar por los hijos, donde están? que hacen en la calle? Con quienes se reúnen?

En cualquiera de nuestros barrios bayameses algunos que regresan después de una noche de fiesta, irrespetan a sus semejantes con escándalos, gritos y actitudes irrespetuosas.

Y qué decir de aquellos que mandan a la bodega a sus hijos menores a tratar de comprar cigarros y ron?

No vivimos en una sociedad perfecta, eso está totalmente comprobado, pero podría ser mejor si cada cual, desde la altura de la responsabilidad que tiene, contribuye a sanear nuestra ciudad de tales actitudes.