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sábado, 13 de abril de 2019

EL PADRE DE LA PATRIA

El 18 de abril de 1819 nacía en Bayamo un niño que no pensó jamás convertirse, ya adulto, en protagonista principal de una historia con muchos actores, pero en la que él tendría la mayor gloria.

Carlos Manuel de Céspedes nació en buena cuna.
No le faltaron las posibilidades de estudiar y viajar por el mundo, aprehendiendo de las culturas extranjeras que cultivaron su mente.

Al regreso a Cuba y a su natal Bayamo, le volvieron las imágenes de la esclavitud y la explotación a la que era sometida la población de la Isla.

Su mente comenzó un proceso de ebullición convertido luego en un volcán en plena erupción, indetenible y con el ímpetu necesario para el desafío que tendría ulteriormente.

Ese quehacer por la lucha independentista no lo alejó, hasta donde pudo, de su afán por el desarrollo de la cultura, acción a la que consagró de una manera relevante.

Pero las ansias de liberar a Cuba de la presencia colonialista española pudieron más en sus sentimientos y se lanzó al combate, secundado por sus cercanos colaboradores.

Hablar de Carlos Manuel de Céspedes, desde Bayamo, supone una responsabilidad ética dada la dimensión de su figura y de su aporte, fundamental para alcanzar la independencia.

Los años transcurridos, lejos de cualquier chovinismo, nos presentan a un hombre culto, sensible, amante de la libertad y de la redención humana.

Su pensamiento está vigente de una manera colosal a la luz de nuestros días, porque siempre pensó que una patria libre podría tender los lazos de amistad y colaboración con otras naciones.


El Padre de la Patria tuvo la certeza más clara de avizorar, desde aquellos años convulsos, el peligro que se engendraría con el desarrollo de Estados Unidos y su avidez por nuestras tierras.

Con esas ideas, profundas, optimistas, protagonizó la alborada del 10 de octubre de 1868 que lo consagró como el gran prócer que sigue siendo, a 193 años de su natalicio.

Resulta una honra tener el referente poderoso que es Carlos Manuel de Céspedes, quien a pesar de haber sido abandonado por sus compañeros de armas en un triste momento de la historia, confió siempre en el triunfo.

Al caer abatido en aquel sitio inhóspito de San Lorenzo, combatiendo hasta la última bala, el Padre de la Patria legó el ejemplo de que hay que luchar hasta el final.

Hoy la patria libre lo recuerda con el amor que merece quien también desde La Demajagua, Yara y Bayamo, nos enseñó a pelear por la justicia, la independencia y la libertad.

El redentor de esclavos, abogado justo, de frente ancha como su corazón, sigue aquí, a nuestro lado, señalándonos de manera dulce, pero firme, el camino de una revolución que él iniciara.